‘Midnight diner. Tokyo stories’: solitarios en los dominios del ‘Masta!’

(Para Naia, que se atrevió a sentirse sola tan lejísimos de Las Rozas)

También en Tokio, 13.686.371 habitantes, 6.256 habitantes por kilómetro cuadrado según las últimas estadísticas, la gente se siente sola. Quizá más, por razones obvias. Apenas un puñado de ellos cabrían en el restaurante del Maestro, un chiscón encajado en una calleja de Shinjuku al que acuden todas las noches los protagonistas de Midnight diner; a llenarse la panza y, fundamentalmente, a sacudirse o beberse las penas. Y a acompañarse.

No parece tener nombre el restaurante del enigmático e inverosímil Maestro, que tampoco lo tiene; pero si son ustedes de Sabina pueden llamarlo El Café de Nicanor, pues el paisanaje es parecido: borrachines, perdedores, un par de travestidos, un elegante actor porno, un veterano humorista avinagrado y soez, una antigua estrella de la pequeña pantalla, un grupo de atractivas pijas maduritas sorprendentemente nada desubicadas… Desde fuera y de primeras dan la sórdida sensación de ser desechos de tienta de la noche y la vida entera, pero a medida que te marinas en su atmósfera los vas viendo con muy otros ojos y concluyes que conforman una suerte de gran familia, precaria y de aluvión pero al fin y al cabo una gran familia, y no sólo entre esas cuatro paredes como que mugrientas. Una gran familia estrafalaria que se cuida y se protege a su manera y que gira en torno a la figura del Masutā, pronúnciese “¡Masta!”, maestro ya digo que inverosímil porque más que de persona venerable da un perfil de exconvicto distante y desprolijo, con ese kimono azul que no se quita en toda la serie y que tiene toda la pinta de oler fuerte a humo y fritanga. El Maestro hace de su casa la del resto, y deja que todo el mundo hable y no pare hasta el completo desahogarse; y si ve que se tercia da muy contados y escuetos consejos. Pero de sí jamás suelta prenda, es del único del que saldremos de la serie como entramos en ella: sin saber absolutamente nada de la vida que vive ahí afuera, cuando no es de noche en la calleja.

Su paradójico encastillamiento en esa tasca anticuada tendrá su precio: de todas las historias de la historia que componen estas Historias tokiotas, la suya será la única que, perdonen el spoiler, terminará regular.

PS: ¿Que si Midnight diner se parece a El gourmet samurái? Se parecen en que son japonesas, y en los fogones y en el acertadísimo metraje muy breve (ningún episodio de ninguna de las dos series llega a los treinta minutos), así como en la sobria factura antiefectista, minimal. Por lo demás, son el día tranquilo y la noche a punto de salirse de madre. No le veo yo al señor Takeshi haciendo incursiones noctámbulas en Shinjuku, frenética capital de la frenética capital japonesa. Y menos para acabar en la sobrecogedora calleja donde tiene su chiscón el Masta! Aunque por supuesto no descarto que un día lo lleve de las orejas el samurái errante y bandarra

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