Cuando le pregunté a don Santiago por qué no había fichado a Johan Cruyff se sonrió:
–No te lo vas a creer, porque es difícil de comprender. No le fiché porque no me gustó su jeta. Te puedo decir más. Nunca me habían hablado tanto ni tan bien de un jugador como del holandés, pero ni él ni el presidente de su club eran hombres de palabra. En el hotel Atlántico de La Coruña, cuando lo teníamos ya todo hecho y apalabrado, Van Praag pidió un millón de dólares y nos amenazó con ir al Barcelona. Liberé a Van Praag de su compromiso y se lo vendió al Barcelona, en Santiago de Compostela. La jeta de Van Praag me importaba un comino, pero la del jugador era fundamental.
Martín Semprún, Santiago Bermabéu. «La Causa». Ediciones B, Barcelona, 1994, p. 166.
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