Hay que encontrar las palabras

Por 2 No tags 0

Arcadi Espada ha escrito un –otro– libro imprescindible: En nombre de Franco. Los héroes de la embajada de España en el Budapest nazi. En el que ha esculpido esta sentencia memorable:

No solo se puede escribir después de Auschwitz, sino que se debe. En realidad, de qué otra cosa puede escribir un hombre después de Auschwitz.

Si esto que somos es un hombre, debe escribir, sobreponerse al estupor, comunicar el espanto. «Es imposible expresar el horror, pero es inevitable intentarlo», escribe Ricardo San Vicente en una edición de los abrumadores Relatos de Kolimá de Varlam Shalámov, superviviente del Gulag, infierno blanco. «De este polo de la maldad humana Shalámov nos dice que no se puede hablar, que no hay que hacerlo», abunda RSV en otra. Shalámov, por su parte, recuerda: «El hombre (…) no debe ver eso». Pero

ya que lo has visto, debes decir la verdad, por pavorosa que ésta sea. (Shalámov a Solzhenitsyn, noviembre de 1962).

«Shalámov nos dice que no se puede hablar, que no hay que hacerlo, que es imposible recogerlo en el papel, que no se debe hacer». Y sin embargo:

Cada relato, cada una de sus frases, previamente, los grité en mi vacía habitación; siempre hablo conmigo mismo cuando escribo. Grito, amenazo, lloro. No puedo detener el llanto. Y sólo después, cuando he terminado el relato o un fragmento de éste, me seco las lágrimas. (Shalámov a Irina Sirotínskaya, 1971).

«La vida ha perdido contra la muerte, pero la memoria gana en su combate contra la nada». La frase poderosa de Todorov, sometida a decantación, chirría. Más que buscar, se ofrece. Me vuelvo a Arcadi Espada: «El vacío es la más eficaz de las representaciones del nazismo», constata en Birkenau. Auschwitz, Kolimá son la devastación, el aniquilamiento, la formidable Solución Final totalitaria. El Silencio.

Por eso se debe escribir de ello.

Ellos. Nosotros.

Hay que encontrar las palabras.

(Artículo publicado originalmente en VLC News).

2 Comments
  • Ty J. Wolfe
    abril 24, 2013

    Nunca aceptó que él hubiera sobrevivido para un fin trascendente ni que el sufrimiento ennobleciera. En Los hundidos y los salvados sostuvo que los verdaderos testigos eran los que murieron. Volvió a lo excepcional de haber quedado vivo y no se liberó de la vergüenza y la culpa de haberlo logrado. En los últimos años apareció dura y persistente la idea de que el ultraje era incurable. A Federico de Melis (5.5.83) le dijo que el hecho de vivir después de Auschwitz lo había vuelto optimista de una manera estúpida, que en ese momento pensaba que «del Lager no puede surgir más que el Lager, solo puede surgir el mal de aquella experiencia».

  • Nathan Rogers
    abril 26, 2013

    Disponiendo de estos antecedentes biográficos, el lector se preguntará, con seguridad, cómo puede un individuo reunir fuerza no sólo para no claudicar -es decir: para no convertirse en esclavo de hampones, en alcahuete de los guardias-, sino para crear una gran literatura en ese ambiente subhumano. En su correspondencia, Shalamov confiesa: “Cada relato, cada una de sus frases, previamente, los grité en mi habitación vacía. Siempre hablo conmigo mismo cuando escribo. Grito, amenazo, lloro. No puedo detener el llanto. Y sólo después, cuando terminé, me seco las lágrimas”. Y en otro tramo, Shalamov se define: “Soy un cronista de mi propia alma”.

Leave a Reply

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos necesarios están marcados *