«Vietnam transformó a la potencia benévola que había combatido al nazismo y salvado a Europa de las garras de Hitler en una potencia maléfica que bombardeaba con napalm y asesinaba a niños. Un papel en el quedó encasillada desde entonces», escribió el otro día Cristina Losada. Y agregó: «Para los Estados Unidos, Vietnam representó el fin de la inocencia: el precio que han de pagar las superpotencias».
Phillip Jennings, en cambio, considera que no hubo cambio: como y porque estuvo antes en Europa y en Corea, EEUU debió estar en Vietnam.
¿Merecían los ciudadanos de Vietnam del Sur el esfuerzo que hicimos por defenderlos? Por supuesto que sí. Desde luego, no lo merecían menos que los surcoreanos a los que defendimos –y seguimos defendiendo–. Cientos de miles de jóvenes survietnamitas lucharon en la guerra, y más de 200.000 dieron la vida por su país. Millones de familias survietnamitas arriesgaron la vida y el sustento al enfrentarse al Vietcong. Los cientos de miles de boat people que huyeron de los comunistas tras la caída de Saigón deberían ser testimonio suficiente de la voluntad del pueblo de Vietnam del Sur de afrontar calamidades por asegurar su libertad; y el millón de survietnamitas que se estima fueron forzados a seguir programas de reeducación (en los que murieron más de 150.000) debería bastar para que recordáramos qué tratamos de evitar –luchando– que sucediera.
Por último pero no en último lugar traigo a colación al escritor argentino Marcelo Birmajer, que imaginó a un periodista Mossén preguntando al inevitable Kissinger muchísimos años después:
–En Vietnam y Corea, ¿América perdió por falta de una adecuada estrategia bélica o por falta de principios éticos?
«América perdió debido a sus principios éticos. ¿A usted le parece bélicamente posible que América pierda?», replicó correctivo el célebre secretario de Estado; que remachó sentenciando:
No quisimos destruir Vietnam. ¿Le cabe duda de que podíamos destruir Vietnam? La ética nunca provoca la derrota, pero definitivamente puede impedir la victoria.
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