Camba Nación, o la guerra de los linfáticos contra los biliosos

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La última vez que yo estuve en Galicia, Galicia era una de las más hermosas regiones españolas. Ahora ha ascendido a la categoría de nación.

Le somos una nación, ¿sabe usted? –me explica alguien–. Le tenemos una personalidad nacional tan fuerte como la primera…
–¿Por qué no? –le contesto.

Y, en efecto, ¿por qué no? Una nación se hace lo mismo que cualquier otra cosa. Es cuestión de quince años y de un millón de pesetas. Con un millón de pesetas yo me comprometo a hacer rápidamente una nación en el mismo Getafe, a dos pasos de Madrid. Me voy allí y observo si hay más hombres rubios que hombres morenos o si hay más hombres morenos que hombres rubios, y si en la mayoría, rubia o morena, predominan los braquicéfalos sobre los dolicocéfalos, o al contrario. Es indudable que algún tipo antropológico tendrá preponderancia en Getafe, y este tipo sería fundamento de la futura nacionalidad. Luego recojo los modismos locales y constituyo un idioma. Al cabo de unos cuantos años, yo habría terminado mi tarea y me habría ganado una fortuna. Y si alguien osa decirme entonces que Getafe no era una nación, yo le preguntaba qué es lo que él entendía por tal, y como no podría definirme el concepto de nación, lo habría reducido al silencio.

El nacionalista a quien he aludido antes tiene de las naciones una idea mucho más respetuosa que la mía.

–Pero usted mismo –me dice–, usted es un celta.
–No –le respondo–. Yo no soy un celta. Acaso lo haya sido alguna vez, pero en una época tan remota, que no conservo de ello ni el más vago recuerdo. Si yo fui celta, este fausto suceso me aconteció mucho antes del Imperio romano, y, desde entonces acá, ¡han pasado tantas cosas! Es posible que, en el transcurso de los siglos, yo haya sido también godo, fenicio y moro. Los irlandeses se las echan a su vez de celtas, y, sin embargo, yo me siento mucho más afín a un madrileño que a un irlandés. No –continúo–. Yo no soy celta. Soy, sencillamente, un hombre nervioso y, en vez de unirme a un celta sanguíneo, prefiero hacerlo a un ibero de mi mismo temperamento. ¿Por qué no han de asociarse los hombres por temperamento en vez de hacerlo por razas o por religiones? Ello sería, indudablemente, mucho más científico, y yo no desespero aún de ver cómo algún día se declara una gran guerra intercontinental de biliosos contra linfáticos. Los biliosos, naturalmente, serán quienes rompan las hostilidades.

Julio Camba, «La raza», La rana viajera, 1921.

2 Comments
  • Esperança
    octubre 2, 2011

    Perdone mi atrevimiento. He detectado un error en la datación del libro. No puede estar fechado en 1921, un texto tan acorde a la realidad actual y que refleja tan fielmente los problemas que hoy en día afectan a nuestro país.

  • Liberalhispano
    noviembre 24, 2011

    No se cumple la única definición objetiva, y la única de valor legal en derecho internacional, pues no es «pueblo con estado propio».

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