Así escribía el reportero Josep Pla

(…) soy de las personas que más intensamente ha[n] compartido con Pla la curiosidad de los viajes y que más felizmente ha[n] podido conocer la extraordinaria experiencia periodística, literaria y humana que es José Pla ante su tema.

 

Se aprende mucho en su compañía, aunque muchas cosas que uno conoce sean dones personales que no pueden repetirse o imitarse. Pero se conoce yendo con él su enorme capacidad de síntesis y su profunda dimensión humana como secretos de su calidad de periodista o escritor. Ver a José Pla departiendo en el barrio marinero de Vigo con unos artistas de circo catalanes, comer con él en el Gran Hotel de Estoril con un magnate de la industria del corcho, circular por el abigarrado mundo portuario de La Habana, o contemplarle en Nueva York, captando ávidamente el mundo que le rodeaba, es algo impresionante. Para mí es la experiencia personal que más me ha impresionado en lo que se refiere a mi profesión.

 

Por todas estas experiencias puedo decir que su información de primera mano es extraña, múltiple, incansable. Discute, pregunta, analiza, lee, camina, visita sin el menor asomo de fatiga. Habla con el mendigo, con el periodista, con el banquero, con la camarera y el taxista, con el arqueólogo, con el político y el guardia, con un señor que se sienta a su lado en el metro, con el músico de un cabaret… con cada uno de ellos su personalidad es la misma, pero con un matiz distinto y generalmente con opiniones distintas. Sabe contradecirse como el más hábil dialéctico para, usando él mismo el pro y el contra, llegar a la verdad y a la certeza. Al llegar al hotel lee diversos papeles: el periódico minuciosamente, mira el libro político, la disertación histórica, la memoria económica, la estadística industrial. Ante este volumen de papeles que uno ojea también, la confusión parece crecer. Luego decide escribir, lía un pitillo lentamente de un casi incombustible tabaco negro que se le apagará mil veces y, con parsimonia, pero sin interrupciones, escribe durante seis o siete horas de la noche, con su letra menuda, apretada, de lenta y segura elaboración. Y así, sin tachar ni enmendar nada, queda escrito uno de esos luminosos y firmes reportajes que tienen el don magnífico de la claridad.

 

(…) En aquel viaje [a La Habana y Nueva York, verano de 1954, a bordo del trasatlántico ‘Guadalupe’], José Pla escribía en la cama –lógicamente estrecha y no calculada para pasar en ella otras horas que las del descanso– de la manera más dificultosa posible. Con unas cuartillas diminutas, fumando y mojando una pluma estilográfica que se le estropeó en un tintero. Como es natural le hice alguna observación en favor de una mayor comodidad, pero no fui escuchado. Hasta que rompía el día José Pla iba llenando en silencio esas cuartillas en las que no deja margen, tan nutridas y apretadas, con una letra igual, regularísima. Escribía lentamente, pero con una continuidad infatigable, exactamente como imagina que escribían los memorialistas, los hombres que han dejado la más exacta noticia posible de las cosas, los autores que nos agrada leer (…) Igual que fluye su letra de una manera física, fluyen sus ideas con la misma claridad, con la misma precisión, con la misma preciosa exactitud en el detalle.

Néstor Luján, en Josep Pla, Fin de semana en Nueva York, Destino, Barcelona, 2016, pp. 16-18.

No Comments Yet.

Leave a Reply

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos necesarios están marcados *