¿Beslán? Putin y el terrorismo

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Juntos, [Alexánder] Litvinenko y [Ájmed] Zákaev [«que se había convertido a finales de los años noventa en el rostro inteligente y seductor de una Chechenia independiente] revisaron documentos y grabaciones en vídeo del cerco al teatro [Dubrovka de Moscú] y descubrieron algo desconcertante: uno de los terroristas no había sido asesinado; de hecho, parecía que había abandonado el edificio poco antes de que lo asaltasen las tropas rusas. Lo identificaron como Janpash Terkibaev, un antiguo periodista que, según creían, llevaba mucho tiempo trabajando para la policía secreta rusa. El 31 de marzo de 2003, Zákaev vio a Terkibaev en Estrasburgo, adonde ambos habían viajado para asistir a una reunión del Parlamento europeo como representantes del pueblo checheno (Terkibaev con la aprobación de Moscú; Zákaev no). A principios de abril, Litvinenko contactó con Serguéi Yushénkov, el coronel liberal (…), que ahora estaba participando en la investigación parlamentaria sobre el asalto al teatro, y le dio toda la información que había recopilado sobre Terkibaev. Dos semanas después, Yushénkov fue asesinado a tiros en Moscú, a plena luz del día. Litvinenko estaba seguro de que había sido consecuencia directa de su investigación sobre el asedio al teatro.

Pero Yushénkov ya había entregado los documentos que había recibido de Litvinenko a otra persona [la periodista Anna Politkóvskaya, que llegó a ejercer de mediadora con los asaltantes del Dubrovka]. (…) Politkóvskaya encontró a Terkibaev, a quien dijo haber reconocido por haberlo visto dentro del teatro, y lo entrevistó. Resultó ser pretencioso hasta bordear el ridículo, y no le costó mucho lograr que se ufanase de haber estado dentro del teatro durante el asalto, de haber conducido a los terroristas hasta allí, de haber conseguido que atravesasen en furgonetas cargadas de explosivos varios controles militares en Chechenia y de la policía al llegar a Moscú, y de haber tenido en sus manos un detallado plano del teatro, algo de lo que carecieron tanto los terroristas como las tropas federales. ¿Para quién trabajaba? Para Moscú, dijo. (…) Y le dijo otra cosa importante (…): la razón por la que los terroristas no habían hecho estallar los explosivos, incluso cuando notaron cómo la sala se llenaba de gas –preludio inequívoco de un ataque al edificio–, era que no había. Las mujeres situadas en las filas de asientos del teatro, vigilando a los rehenes y con un dedo sobre el botón, llevaban chalecos de dinamita falsos. Si esto era cierto –y había muchas razones para pensar que así era–, todos los que murieron en el asedio lo hicieron en vano. [Los asaltantes fueron ejecutados tras inhalar el gas, una vez perdieron el conocimiento]. Y, teniendo en cuenta que Janpash Terkibaev había salido del edificio antes de que lo asaltasen las fuerzas especiales, el Kremlin probablemente también lo sabía.

El 3 de julio de 2003 murió un segundo miembro del comité que investigaba los atentados de 1999 en los bloques de viviendas [de Moscú]. Yuri Shchekóchijin, un intrépido político liberal y periodista de investigación –era director adjunto en la Novaya Gazeta y, como jefe de su equipo de investigación, el superior inmediato de Politkóvskaya– (…). Murió por un fallo multiorgánico provocado por una toxina desconocida. (…)

[…]

(…) Había quien estaba convencido de que el secuestro de Beslán había sido planeado y ejecutado por la policía secreta de principio a fin, al igual que las explosiones en los bloques de viviendas. El hecho de que Putin propusiese cancelar las elecciones a gobernadores solo diez días después de la tragedia, y de que lo presentase como una respuesta al terrorismo, otorga credibilidad a la historia. Zákaev, por ejemplo, estaba seguro de que el FSB había organizado que un grupo de rebeldes chechenos asaltase la oficina del gobernador –para darle a Putin la excusa de imponer el control federal directo sobre las administraciones regionales–, pero que algo había salido mal y los terroristas habían acabado en el colegio.

Yo creo que la realidad es más compleja. Parece prácticamente fuera de toda duda que los atentados en los bloques de pisos fueron obra de la policía secreta, a pesar de no haber tenido la oportunidad de examinar todas las pruebas, disponibles o no. Los secuestros del teatro y de Beslán, en mi opinión, más que operaciones bien planificadas parecen el resultado de una serie de decisiones equivocadas, alianzas contra natura y planes frustrados. Parece demostrado que varios agentes del FSB mantuvieron vínculos duraderos con terroristas o posibles terroristas chechenos. Al menos algunos de estos vínculos incluían el intercambio de servicios por dinero. Es evidente que alguien –probablemente la policía, pero posiblemente también la policía secreta– tuvo que ayudar a los terroristas en sus desplazamientos por Rusia. Por último, hay muchos indicios de que el gobierno de Putin no tomó decisiones para evitar los ataques terroristas ni para solucionar las crisis de forma pacífica una vez que ocurrieron; es más, el presidente, constantemente y cada vez en mayor medida, basó su reputación no solo en su determinación de «eliminarlos» independientemente de las circunstancias, sino también en la supuesta falta de compasión de los terroristas.

(…) Creo que (…) los organizadores de los secuestros del teatro y del colegio y quienes los hicieron posibles tenían motivaciones distintas: al menos algunos rebeldes chechenos querían atemorizar a los rusos para que fuesen conscientes de la pesadilla que era su guerra; a otros de los que colaboraron en la ejecución de los ataques por parte rusa los movía, muy probablemente, solo el beneficio económico; unos terceros, en ambos bandos, estaban cobrándose venganzas personales, y aún había otros que participaban en ambiciosos planes políticos, que podían llegar hasta lo más alto o no. Una cosa es segura: una vez que se produjeron los secuestros, las fuerzas de asalto gubernamentales que actuaban bajo la supervisión directa de Putin hicieron todo lo posible para que las crisis terminasen de la forma más espantosa posible; para justificar la prolongación de la guerra en Chechenia, más ataques contra la prensa y contra la oposición en Rusia, y, por último, para acallar cualquier posible crítica de Occidente, que, tras el 11-S, se vio obligado a reconocer a Putin como un camarada en la lucha contra el terrorismo islámico. Hay una razón por la que las tropas rusas tanto en Moscú como en Beslán actuaron de una forma que parecía garantizar el máximo derramamiento de sangre: buscaban aterrorizar y horrorizar. Es el modus operandi de los terroristas, y en este sentido puede decirse sin lugar a duda que Putin y los terroristas estaban actuando conjuntamente.

Masha Gessen, El hombre sin rostro. El sorprendente ascenso de Vladímir Putin, Debate, Barcelona, 2012, pp. 203-212.

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