Lenin, la religión y los religiosos

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La religión era importante para él, en el sentido de que la odiaba. A diferencia de Marx, que la despreciaba y la trataba como un fenómeno marginal, Lenin entendía que era un enemigo poderoso y ubicuo. (…) «No puede haber nada más abominable», escribió, «que la religión». Desde el principio, el estado creado por él organizó (…) una enorme máquina de propaganda académica dirigida contra la religión. No era sólo anticlerical como Stalin, que experimentaba antipatía hacia los sacerdotes porque eran individuos corruptos. Por el contrario, Lenin no manifestaba verdaderos sentimientos con respecto a los clérigos corruptos, porque a éstos resultaba fácil derrotarlos. Los hombres a quienes temía y odiaba realmente, y a los que después persiguió, eran los santos. Cuanto más pura la religión, más peligrosa era. Afirmaba que un clérigo abnegado tiene una influencia mucho mayor que uno egoísta e inmoral. Era necesario reprimir no a los clérigos comprometidos con la defensa de la explotación, sino sobre todo a los que expresaban su solidaridad con el proletariado y los campesinos.

Paul Johnson, Tiempos modernos, Vergara, Barcelona, 2000, p. 73.

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