Narcisa

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(…) nunca supe cómo se ama… Sólo supe cómo se sueña amar… Si me gustaba ponerme anillos de mujer en mis dedos era porque a veces me gustaba tomar mis manos de joven por las manos de una princesa, y pensar que yo era, al menos en ese gesto de mis manos, la persona a la que amaba… Un día acabaron por encontrarme vestido de reina… y es que estaba imaginando que era mi regia esposa… (…) ¡Cuántas veces mi boca rozó mi boca en un espejo! Cuántas veces aparté una de mis manos con la otra, y cuántas adoré mis cabellos con mi mano enajenada para que pareciera suya al tocarme…

Fernando Pessoa, Diarios, Gadir, pp. 86-87.

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