Israel, Esparta, Europa y las serpientes

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Israel es el único país moderno, o, por lo menos, el más avanzado, del Medio Oriente. Esta virtud es una calamidad para los dirigentes reaccionarios, feudales, teocráticos, autoritarios o fundamentalistas de la región, responsables del atraso y la alienación de sus pueblos. A ellos se une la izquierda senil, infecta de antisemitismo estalinista, traidora de los maravillosos ideales que alimentaron el socialismo; una izquierda que no recuerda cómo diferenciaba Marx las líneas de progreso de las tendencias reaccionarias.

Es preciso repetir que Israel no fue «creado» por las Naciones Unidas ni por el imperialismo, sino que es el producto de una heroica y ejemplar lucha de un pueblo perseguido y masacrado sin misericordia, decidido a liberarse de una centenaria opresión y recuperar su dignidad, con la mente y el corazón puestos en las virtudes de la modernidad. Un pueblo que sólo anhela vivir y crear en paz. Que no ama el estado de guerra, porque soñó y se preparó para ser Atenas y lo han forzado a ser Esparta. Pese a ello, alberga el movimiento por la paz más numeroso y apasionado de la zona, que llena las plazas con centenares de miles de adherentes, algo que no se ha producido ni siquiera a escala reducida en ningún país árabe o musulmán. El Estado de Israel es objeto de tanto odio por constituir un emblema sin paralelo de la modernidad en un área donde aún no se ha logrado imponer esta tendencia superior de la historia humana.

Marcos Agunis, «El odiado ariete de la modernidad», En defensa de Israel, Certeza, Zaragoza, 2004, p. 19.

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(…) Europa es Europa. Tiene licencia para matar. Y para condenar la autodefensa militar de quien no sea ella. Yenín, en suma, no es (…) Belgrado.

Europa, como el «maestro de Alemania» que evoca el glacial poema de Paul Celan, está «jugando con serpientes». Piensa, sueña, delira que puede salir gratis, medio siglo luego, el antisemitismo, Europa. (…)

(…) Europa está jugando con serpientes. Otra vez. Soñando que las serpientes van a perdonarla. Loca Europa. Nada aprendió de los años treinta. Sueña aún con que basta echar carnaza (judía, de preferencia, eso siempre sale gratis) a las serpientes para ser preservada. Pusilánime Europa, a la que, al fin, siempre es preciso que alguien venga de ultramar a salvarla del infierno.

[…] La Intifada es quizá la forma más perversa del terrorismo. Fue hallazgo de una OLP militarmente caduca, tras el fin de la guerra fría. Porque la OLP de Arafat (…) no sólo fue esa máquina de asesinar civiles que culmina sus «hazañas» en los Juegos Olímpicos de Múnich, masacrando a jóvenes atletas desarmados. Fue también el soporte logístico del terrorismo europeo: su proveedor de armamento, bajo la benevolencia soviética. Ese mundo acabó en 1989.

Hay un innegable ingenio en la perversión autoinmolatoria del terrorismo que fue, a partir de ahí, la Intifada. Abu Nidal invertido, Arafat entendió muy bien la debilidad del contrincante: el gusto occidental por la culpa. Nada como la muerte de un niño para desencadenarlo. […] Un dirigente que lanza a sus hombres (y sus niños) a hacerse matar como mártires, sin ton ni son, es lo peor. Lo moralmente obsceno. Sobre todo, si él sigue vivo.

Gabriel Albiac, «Meditar Yenín», ob. cit., pp. 25-32.

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El pacifismo completo e incondicional equivale a una rendición incondicional ante los tiranos más despiadados.

Ludwig von Mises

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